lunes, 30 de junio de 2014

Yo Fui El Ratón Bandido...

Por todas esas tardes de constipado y fiebre... de ¡¡Abuela léame un cuento!! Mi favorito... perversionado. Sólo es un doble ejercicio. Pido disculpas a quien pueda ver su cuento homenajeado... mi cariñoso saludo.

Abuela Nieves... ¡¡Se ha saltado una coma!!!
¡¡Pues coma!!
Nooo, respire!! pues respire
Nooo, que respire!!
Pues eso, respire
No, que se ha dejado una coma, ¡¡tiene que respirar después de la coma!!!
Aaah!! ya respiro

Lo crueles y bandidos que son a veces los niños... aún con fiebre!!! Yo he sido niña... ¡¡YO FUI EL RATÓN BANDIDO!!!



Soy el Ratón Bandido, bueno “Ex-Bandido”.

Hace mucho tiempo, cuando era joven y no sabía lo que podía ocurrirme, yo era el Ratón Bandido. Os voy a contar cómo llegué a serlo, y por qué decidí dejar esa vida de asalto y aventura.

Yo (como todo joven), soñaba con vivir sin trabajar. Lógicamente para eso necesitaba dinero, ¡¡mucho dinero!!

Evidentemente, no tenía un duro en el bolsillo, y como no me rendía a la evidencia, buscaba la forma de conseguir la renta de por vida. Después de mucho pensar, un día por fin creí encontrar la forma ideal de no trabajar. Recordé que en el desván tenía una escopeta vieja que no servía para nada, y así decidí que el oficio ideal para mí era el de bandolero. Aquel arma era incapaz de emitir disparo alguno, pero total, para asustar a cuanto desgraciado se cruzara conmigo…

Con ella en las manos, y sacándole brillo, me imaginaba a cada uno de ellos, entregándome todos sus caudales, presas de un miedo inmenso.

Armado de esta manera, me busqué un árbol bien frondoso, y detrás de él me escondí bien.

En dirección a la aldea, el primero en aparecer fue Periquito Caracol, ni se imaginaba el pobre que yo, el Ratón Bandido, estaba al acecho. Así que en cuanto se acercó, le dejé ver el cañón de la escopeta y con una voz muy seria le dije:

-¡¡La bolsa o la vida, amigo Caracol!!

El pobre, asustado del todo, empezó a temblar como una hoja, y sólo alcanzaba a decirme a modo de disculpa:

-¡Si soy un caracol muy pobre!!

-¿Cuánto dinero llevas encima? A ver: uno, dos y tres. No deberías ir por la calle con tan poco dinero. La vida está muy cara, y con tan paupérrima cantidad no se puede ir a ningún lado. Pero bueno, un grano no hace granero pero ayuda al compañero.

Le vacié los bolsillos y muy resuelto le dije:

-Ea, no me puedo entretener más, porque se está haciendo muy tarde. Cada uno a sus deberes.

El pobre Periquito se quedó llorando al borde del camino, y entre balbuceos me decía:

-Es usted un ladrón, y los ladrones tarde o temprano, todos, encuentran su merecido.

Me burlé de él sin piedad, lo reconozco.

-¡Bah! Qué tonterías dice usted Sr. Caracol. ¿vendrá con más dinero mañana por aquí?

Y me fui riéndome de él a carcajada limpia.

Proseguía camino adelante en busca de otro incauto a quien desvalijar, cuando, ¡¡fíjate por dónde!!… mi nariz se vio inundada del olor maravilloso e inconfundible del… ¡¡¡Queso!!!! ¿dónde? ¡¡dónde!!!!

Ah, claro, siendo ratón no se me podía escapar un pedazo de Gruyere enorme que había en el suelo, justo detrás de mi. Tan jugoso y aromático com jamás había visto.

Y con la boca llena de saliva, me lancé a tan apetitoso bocado sin ningún reparo.

Lo que ocurrió entonces no se lo pueden imaginar, supongo, o quizá sí. Tan pronto mis dientes se cerraron sobre el Gruyere, una trampa oculta en él se disparó y quedé atrapado sin remedio.

Parece ser, me contaron camino de la cárcel, con la trampa puesta en los hocicos, que el alcalde había dispuesto colocar cepos para atrapar y castigar a todo ratón delincuente de la comarca (cómo es que sólo los ratones eran delincuentes entonces es una pregunta que no estoy preparado para responder, mejor no me pongan en esa encrucijada). Y el castigo empezaba por mostrarme ante todo el mundo con el cepo colgando. ¡¡Qué vergüenza más grande!!

No recuerdo haberme sentido jamás tan mal, tan arrepentido y deshonrado.

Cuando llegué al Ayuntamiento, dónde me iban a juzgar, el alcalde vio tanto pesar en mis ojos que me perdonó, a cambio de que prometiera cambiar mi comportamiento.

Así fue como me convertí en un modelo a seguir para todos los ratones. Y así es como aún ahora siguen hablando de mi como un ejemplo de bondad. Ni siquiera el pobre Periquito Caracol recuerda cómo le quité sus tres monedas esa tarde camino de la aldea.

Yo sí lo recuerdo, todos los días, tan nítido como el olor del Gruyere que me atrapó el hocico y me cambió la vida.

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