lunes, 22 de septiembre de 2014

El Chisme...

El Chisme...



-¿Has visto que nos mira la "Niña Ojo Grande" otra vez?
-mmm... sí, es que ayer se empeñó en hablar conmigo
-¡¡hablaste con ella???!!!
-oye, no me grites, no me quedó otro remedio, ¡¡me puso el dedo en el camino!!!
-¿y qué quería??
-que le contara una historia
-¿y se la contaste?
-¡¡noooo!!! quieres que me maten??
-Mira que la última es buena!!!
-¿cuál es la última??
-No sabes la de Fernando y su bici?
-No ¡¡cuentaaaa!!!!

Y se liaron a contar el chisme...

"Ahí estaba Fernando observando lo que pasaba.

¡¡¡Pero qué feo llegaba a ser el tipo!!!

Sin embargo, a ella no parecía importarle. Tal vez, le parecía feo a Fernando por esa rabia contenida que le provocaba el verla con él, mientras, un hueco frío, en cambio, se abría cada vez que miraba a su lado.

Aquella tarde, viendo de lejos como transcurría la conversación y los juegos de mimos de su compañera de clase con aquel… ¡¡feo!!, decidió que debía hacer algo o se iba a morir de amor, o lo que fuera que aquel sentimiento recibiera por nombre.

Se quedó escondido en la esquina anterior, observando qué tendría de atractivo ése chico alto, ancho de espaldas, fibroso y rubio, que reía bobalicón a cada gesto gracioso de ella. 

Ella, que no tenía nada que pudiera causar risa alguna, aunque sí un millón de gracias, tan elegante en los movimientos, como un junco suave y flexible, los ojos grandes como almendras que parecían languidecer con cada pestañeo y cuando sonreía, sonaban campanillas… y pensando todo eso se le escapó un suspiro, y al abrir los ojos… ¿dónde estaban?

Después de correr frenéticamente dos manzanas, pensó que quizá le habrían descubierto. Desde luego, él no era un gran detective, pero ellos estaban realmente ensimismados. Parecía que el tipo se la iba a guardar dentro de esa enorme boca ya llena de por sí de baba viscosa y repulsiva, que no dejaba de mostrar al mundo, como si fuera un triunfo el eso del cepillo de dientes. Todos sabemos usar el cepillo de dientes, memo -pensó, mientras intentaba ver hacia dónde habían ido a parar las manos de su contrincante simiesco. Estaba claro, que el cepillo de dientes lo sabia usar, pero tenía sus dudas de que supiera ir a la peluquería.

Entonces pensó en las pequeñas diferencias, o no tan pequeñas, que le volvían invisible a los ojos de Ella, porque lo que le provocaba el ansia más infinita, lo que velaba sus sueños, no era exactamente que Ése, la guardara en su boca, no, qué va, el problema era que no la estaba atesorando ÉL.

Así que escrutó de arriba a abajo al tipo, mientras apoyaba la frente en la de ella, permanecía sentado de lado en el sillín de su bici, que había arrastrado todo el camino, como si fuera una extensión de sí mismo. Se balanceaba suavemente, sonreía… Le dedicaba el pie izquierdo a los pedales mientras acariciaba el pelo de “su” chica.

Se van a despedir, pensó.

Y sí, ella le acarició el brazo que sujetaba el manillar, de modo lento, y así como de forma juguetona, y rápido al final, hizo campanillear el timbre de la bici. Se rió, le dió un beso rápido, él subió de forma acrobática a la bici y se marchó.

Y ella se quedó ahí, quieta, bueno, quieta no, balanceándose, con la mirada medio perdida, enroscándose un rizo de su pelo brillante y sedoso, y sonriendo como si hubiera sido tocada por la mano de Dios.

Era la bici entonces… ¡¡la bici!!!

Y la tarde siguiente dejó en paz a los dos enamorados para ir a comprar una flamante bici, tras martillear fieramente el frasco de los ahorros de emergencia, evidentemente.

Ahí se presentó un pequeño problema...

Una alegría titánica invadió su cuerpo en el mismo instante en que la empleada de la tienda de deportes contaba la última moneda con la que pagó su flamante bici "cross-rider 003427 Platinum". La palabra "Platinum" tenía que darle un plus al "efecto bici" que acababa de implantarle a su personalidad. El nuevo Fernando nacía al salir por esa puerta automática.

Me la llevo puesta -le dijo a la dependienta.

Parecía tan fácil cuando lo hacía el boca-babas rubio…

Cuando se despertó, le rodeaba un círculo de cabezas entre un murmullo de “se ha dejado los dientes”. Y ahí quieto comprobó las partes importantes de su cuerpo (las que le podían importar más a su querida e idealizada “Ella”) y se levantó de un salto sonriendo, como si hubiera fingido tal castañazo.

La chica de la tienda lo miró preocupada.

  • Oh, bueno, quizá mejor la estrenaré al llegar a casa… estoy tan emocionado!!!! - le dijo entre risas bobas.

Y fue arrastrando su vehículo nuevo y no tan brillante hasta casa.

Durante varios días, semanas, intentó aprender a subir a esa bicicleta que al principio le había causado tanta felicidad, para llegar a ser un tormento, literalmente. Se levantaba más temprano por la mañana, para subir una y otra vez, y una y otra vez caía al suelo.

Salía de clase corriendo y volvía a los intentos de nuevo, descuidando la vigilancia a los amantes.

Una mañana, por fin consiguió subir y hacer andar ese condenado artefacto. Le había crecido el pelo, y notaba los músculos más fuertes. ¡¡Caramba estaba preparado!!!

Así que fue corriendo a casa de Ella, a enseñarle su destreza, y al llegar a unos metros de su portal, la vio salir, radiante, como siempre, con esos ojos enormes brillando en su sonrisa. Sin embargo, no apareció el rubio alto que él conocía. En su lugar, apareció un chico de pelo castaño y corto, con gafas remendadas, flacucho. Llegó andando, se trastabilló con un patinete que había en el jardín, miró hacia atrás y sonrió.

Ella fue corriendo y le dio un beso, se dieron la mano y salieron andando sin apenas darse cuenta que Fernando les miraba, con la boca abierta por supuesto.

Fernando se quedó ahí quieto en su bici, casi durante dos horas. Cuando “despertó”, pedaleó a gran velocidad por la calle en dirección a la carretera, y al llegar al punto más alto de la montaña paró y con un grito desgarrador lanzó la bici "cross-rider 003427 Platinum” por el acantilado.

La miró caer, un golpe, otro, el manillar por un lado, las ruedas en carrera una contra otra, y como si lo esperara el mar abrió sus fauces y en su habitual violencia, la engulló. Se metió las manos en los bolsillos y volvió andando a casa tan despacio como pudo."

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