viernes, 14 de febrero de 2014

Tierra...

El día antes de su cumpleaños salió a jugar al jardín. Le gustaba sentarse frente al árbol y escuchar a los pájaros mientras merendaba.

Accidentalmente, y esto era algo que siempre aclaraba a su madre, siempre caían algunas migas de pan, y los más atrevidos se acercaban a pelearse por ellas, igual que las vecinas lo hacían en el mercado por llevar a casa el mejor repollo.

Ese día, mientras merendaba, su padre se acercó a ella y se la quedó mirando,  un poco triste.

Rato después se sentó a su lado y le dijo: Tierra, este año tu cumpleaños no va a ser como siempre. Este año las cosas no han ido como esperábamos y mañana vas a tener que despedirte de este sitio; nos tenemos que mudar a un lugar más pequeño.

A Tierra se le fue el pan al suelo, una nube de pajaritos se arremolinó alrededor de ella, pero salió volando bruscamente cuando se levantó de golpe, sin poder hablar, sus lágrimas gritaban sordas por ella.

Su padre la cogió en brazos, igual que cuando era muy chica y le dijo al oído: no te preocupes de nada Tierra, mamá está recogiendo tus cosas, y donde vamos tendrás un sitio muy bonito…

Ella le mira entonces y le pregunta: ¿también habrá pájaros y un árbol?

Su padre se queda callado y la vuelve a abrazar fuerte, la oye llorar mientras ve como los pájaros vuelven a buscar el pan, y vuelven a cantar.

Cuando se acaba el llanto Tierra se duerme, y su padre la lleva a su habitación. Luego, fuera mira al árbol y mira los pájaros que a saltitos se mecen en la ramas y le ponen música al viento. Piensa en las lágrimas de su pequeña por dejarlos… y la tristeza lo oscurece todo.

De repente, los pájaros silencian su canto y el árbol parece doblar sus ramas hacia el suelo. El hombre mira el cielo y piensa, si pudiera ser… un pájaro en su cumpleaños…

Cuando amanece, y Tierra sale afuera con desgana, con todo listo para marcharse, mira con sorpresa el árbol seco, las ramas grises, cabizbajas, sin pájaros…

Una herida seca en la corteza, como de meses, pendiente de un hilo un trozo se balanceaba suave.

Tierra se quedó mirándolo un momento, y justo entonces, se desprendía para caer a sus manos. Gravado en él, un pájaro muy hermoso, de un marrón brillante y cálido.

Al llegar a su nuevo hogar en la ventana… nidos de gorriones le daban la bienvenida y nunca más se llamó Tierra.


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